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El perro es el tercero en discordia por el que cada vez más parejas deciden separarse

Crece la cantidad de noviazgos y matrimonios que no soportan el lugar demasiado importante que se le da a las mascotas en sus vidas.

El tercero en discordia ya no es otro hombre u otra mujer, ahora también son las mascotas las que interfieren en la vida de pareja, a tal punto que provocan cada vez más separaciones.
Según un estudio llevado a cabo por Associated Press y Petside.com, un 14 por ciento de las personas antepondría su perro a cualquier otro ser, y un 50 por ciento se lo llevaría a una isla desierta.

De esta manera, no son pocas las parejas sentimentales que se quedan varadas en su ciudad, o en el sofá de su casa, a causa de una de las mascotas, por no dejarla sola, por no alejarse de ella.

Paula Calvo, etóloga -bióloga experta en el comportamiento animal- de la cátedra Affinity de la Universidad de Barcelona, relata en el sitio ElMundo.es escenas de mascotas que interfieren en la vida de distintas parejas.

Recuerda el caso de una chica que había dormido con su perro desde que este era un cachorro, durante varios años. «El día que encontró novio, cada vez que él intentaba acercarse a la cama tenía al animal enfrente enseñándole los dientes. Ella tuvo claro desde el primer momento que había que reeducarle, aunque pasó un tiempo hasta que lo consiguió».

«El chico tuvo que armarse de paciencia hasta que consiguieron que el perro se bajara de la cama, y solo entonces pudo llevar una vida normal con su novia», añade. Paula afirma que es posible reeducar a las mascotas en estas circunstancias, pero el periodo necesario para ello depende tanto de su temperamento como del de su dueño. Y es que, apunta, «generalmente el problema no son los animales, sino las personas».

Otro caso es el de una muchacha que después de un largo idilio ‘online’, viajo miles de kilómetros hasta el lugar donde vivía su enamorado. “En la casa hay un perro pequeño que me recibe bien. No me gruñe ni me ladra, pero pronto descubro su perversa forma de ejercer violencia. Cada vez que nos damos un beso, se sienta delante de nosotros, empieza a gemir y su dueño decide que hay que sacarlo a que haga sus necesidades (esto sucede unas 20 veces al día). Lo peor de todo es que a su propietario le parece de lo más normal. Luego, por la noche, cuando estamos enredados en la cama, siento que algo salta sobre nosotros, ¡es él otra vez! Y cuando intentamos dormir, ¡se sube de nuevo! Las horas de la jornada están regidas por sus ritmos: comer, salir, jugar… Así que el segundo día entro en crisis y me planteo volver a España. La situación es insoportable».

«Como profesionales especializados en el tratamiento de conducta animal, nos llegan muchos casos de tensiones en la pareja por su causa, pero generalmente esconden detrás dificultades entre las personas para comunicarse o ponerse de acuerdo. De hecho, trabajamos conjuntamente con un equipo de psiquiatras y psicólogos a los que frecuentemente acabamos derivando el tema», continúa Paula Calvo.

María Jesús Comellas es doctora en Psicología y está involucrada también en la Cátedra Affinity. «Si ante el gemido del perro lo aupamos, le damos espacio, y el animal irá ensanchándolo. La cuestión es tener claro qué lugar debe tener cada elemento y hasta dónde puede llegar. Los perros construyen el suyo de manera intuitiva, en función de miradas, y si les dejas acceder, lo hacen».

Y mete el dedo en la llaga. «Sucede que se utilizan como se puede usar a las criaturas en el lecho matrimonial: es una manera de decir al otro que no se quieren relaciones sexuales. Y funciona mejor que un libro, porque este no protesta si lo echas».

«Es el problema de humanizar al perro, cuando hay muchas cosas que no entiende. Esto acaba interfiriendo en la vida sentimental. Hay que saber poner a cada cosa en su sitio», señala Comellas.

Además el estudio de la Fundación Affinity, un 63% de los dueños admite contar secretos a su perro que no conoce nadie más. El vínculo que se establece es paterno-filial. «Son dependientes y eso nos gusta», dice Calvo. «Llevado al extremo se dejan pasar muchas cosas antes de echarlo de casa o pensar en reeducarlo».

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