Juan Ignacio Reynoso, ingeniero agrónomo de 31 años, medía la temperatura ambiente del campo de una familia reconocida de San Carlos el jueves 9 de enero. De repente, tres hombres sacados y a punta de pistola lo tomaron de rehén. Todo fue rápido y confuso. Lo subieron a la chata con la que trabajada, perteneciente al laboratorio Bayer. Cruzaron los campos dejando una humareda detrás a cada metro. La Amarok llegó a desplazarse a 170 kilómetros por hora en los caminos de tierra. No salieron por el sur, como preveían las fuerzas de seguridad apostadas en la región.
Por el norte, paralelo a la ruta 6 llegaron a cercanías de la 19 y luego, al oeste, pretendieron llegar a Nuevo Torino por caminos linderos a la 10. Luego, sin parar nunca, retomaron al este para ingresar a la ciudad capital por el norte. Atravesaron la Avenida Blas Parera y luego las arterias del centro. El vehículo terminó en una cochera de calle 9 de julio, a la vuelta del departamento de Reynoso, ubicado en San Gerónimo casi Suipacha. La secuencia de viaje quedó registrada en la memoria del GPS de la Amarok, raid que demuestra que fue un recorrido anárquico y furioso. El fiscal que investiga todos los delitos cometidos por los hermanos Lanatta y Víctor Schilacci en nuestra región– menos el más que confuso de Gendarmería en San Carlos- dará a conocer la ruta de los evadidos en la chata del ingeniero en los próximos días.
De la cama al living
-Decíle que te surgió algo, un inconveniente, no des detalles. Disculpate.
Martin Lanatta manejaba los hilos en el departamento. Le digitaba las respuestas al ingeniero, él contestaba los mensajes de whatsapp y tenía la cabeza fría”, comentó una fuente de la investigación. Lo prófugos seguían el caso por televisión y estuvieron 36 horas en el centro de la ciudad de Santa Fe. Además compraron alimentos en un súper de la zona y la cinta vinílica con la que plotearon la chata que usaba Reynoso para simular que era de Gendarmería.
El confuso episodio de Recreo el viernes por la noche sirvió para volver a replantear el escape. “¿Por dónde salimos hacia el norte?”, preguntó Martin Lanatta. – Por ruta 1 o ruta 11, derecho, recibió como respuesta. La opción de la 11 quedaba descartada. Todos los uniformados se focalizaron en el retén de esa ruta en Recreo. A las 23.30 salieron del departamento y emprendieron viaje. Dejaron al joven inquilino del departamento maniatado y amordazado. A las 6 de la mañana logró sacarse las vendas y gritar furioso Una vecina lo escuchó y llamó al 911. Primero llegó la policía local, de la seccional 1, luego la Gendarmería. A esa altura una historia de película se desarrollaba en la costa.
Una hora después de la salida del departamento, un control de la policía de Santa Fe en ruta 1, a la altura de Santa Rosa de Calchines, divisa a tres hombre en una rara camioneta de Gendarmeria. La persigue por la ruta y avisa al control de Helvecia que tenga cuidado. Los evadidos optan por tomar un camino sinuoso que dobla en forma de T. Habían apagado las luces de la camioneta. El resultado fue que volcaron en una zanja grande. Eran casi las dos de la mañana del sábado. Martín Lanatta quedó muy golpeado por el vuelco. Sin embargo los tres llegaron hasta la casa de la familia Ferreyra en Campo del Medio, cerca de Cayastá. Soprenden al dueño de casa y reducen a los moradores. Se bañaron, devoraron la comida a mano que había y robaron la camioneta Hilux, cabina simple propiedad de la familia. “Martín Lanatta se apiadó de mí”, dijo don Héctor Ferreyra, jefe de la familia, a quien los otros dos prófugos querían matar. “Una de tiros termina con todos los putos de Gendarmería acá en dos minutos”, pensó Martin Lanatta. No estaba errado. Para no ser vistos por detrás, pero para no volver a volcar, rompieron las ópticas traseras de la Hilux y salieron. Se empantanaron y abandonaron la fuga colectiva.
Martín, solo, llegó hasta la casa de la familia Cabral. Pidió agua, muerto de sed, dijo que “era para tomar unos medicamentos”. Mientras el dueño de casa pensaba cómo avisar que estaba frente a uno de los prófugos y a quién, contestó “ya le traigo”. Lanatta intentó robarse un Fiat Siena del lugar. Abrió las puertas, buscó las llaves que no estaban y volvió sobre sus pasos. Derrotado. Cabral le avisó a un vecino ex policía la situación. Le dicen Bairoleto, como al bandido rural que homenajea León Gieco, paradojas de la vida pueblerina. Lanatta llegó a pie por camino casi selvático hasta el paraje Los Cerrillos. Rendido fue encontrado por la policía de la zona. Llevaba un bolso con más de 300 municiones y $ 3.600. Eran las 10.55 del sábado.
Confusión e instrucciones para comer una pizza
Lo que siguió fue confusión sobre el resto de los prófugos. Primero Uno, luego tres detenidos. De nuevo Uno. A las 17 horas de ése sábado la certeza era sólo Martin estaba en el calabozo de la comisaría de Cayastá.
Al día siguiente, en la localidad de Helvecia, se desarrolló un megaoperativo hollywoodense. Llegaron las tropas especiales de la Policía Federal, la Aeroportuaria, Gendarmería, Prefectura y los locales santafesinos. Una denuncia sin fundamentos daba cuenta de la presencia de los dos evadidos en un complejo de cabañas. El intenso calor y las condiciones de estrés le hicieron pensar al jefe de las Tropas de Operaciones Especiales de la policía santafesina, Adrián Forni, que estaban errando la búsqueda y los esfuerzos. Convocó a sus hombres al centro de operaciones y trazó un círculo de búsqueda de 6 kilómetros, alrededor de la Hilux empantanada. “No podían haber salido del lugar, el estrés, la ansiedad, la sed, los bichos y el tratarse de personas que estaban presas sin condiciones físicas me hicieron pensar que no estaban lejos”. Así se buscó entonces con esta georeferencia: Límite norte, la ruta 62; al este, la 1 sobre el río San Javier; hacia el oeste, el Arroyo Saladillo. “Muchos le pusieron operativo pizza, pero no se llamó así”, dice Forni, aunque no le desagrada el nombre. Contento por el resultado, se ríe del ingenio de la prensa. “El domingo recorrimos dos ‘porciones’, la 3 y 4. Y el lunes arrancamos a las 5 de la mañana por la cuadrícula 2″.
Esa mañana de lunes 13, bien tempreano, llegó hasta el puesto de los policías Martín Franco, un trabajador de la arrocera Spaletti. Preocupado, el hombre quería saber si debía ingresar al galpón de la firma por “toda la situación del momento”. – Vaya le dijo un efectivo de las TOE, en cualquier momento rastrillamos por ahí. Franco fue a lugar y casi detrás de él lo policías. Ese “casi” fue una película de terror. Mientras abría el galpón y trataba de darle marcha al tractor, se presentaron dos hombres, simulando ser de Gendarmería. “¿Sabés quienes somos nosotros?, planteó Schilacci. Ni idea, dijo Franco. “No te hagas el boludo, somos los que busca la policía”. En rigor, Franco mucho no sabía de ellos, pero estaba frente a la pesadilla que imaginó. Fueron hasta la zona del vestuario. Schilacci se vistió de peón. Tomaron agua de una heladera y quisieron comer un asado. “Cocinanos”, planteó Lanatta. “Esa bolsa no tiene asado, es hueso para el perro”, contestó el rehén. Un francotirador de las TOE siguió el primer momento de la situación desde su mirilla. No tenía orden de disparar. Lo llamó a Forni y le dijo que los tenía en la mira. El jefe, experto en Inteligencia y en operativos de asalto sólo contestó: – Ahí vamos.
Cuando llegaron a la arrocera Spalletti Lanatta y “el facha” Schilacci simulaban tomar mates en el centro del galpón. Estaban armados, pero no intentaron ninguna locura.
Héctor Martín Galiano