“Nunca más te van a separar de mí”, le dijo su madre cuando lo vio. Ella fue secuestrada en 1975 y sólo había llegado a escuchar el llanto de su bebé al nacer. Mario tiene seis hermanos y 15 sobrinos, que lo integraron a un grupo de WhatsApp titulado “Bienvenido tío Mario”.
Mario Bravo viajó varias veces a Buenos Aires. La mayoría, durante este año. La mayoría, para entrevistarse con Abuelas de Plaza de Mayo. La anteúltima fue el lunes pasado, cuando “Estela y un psicólogo” le contaron que las dudas que tenía sobre su origen eran ciertas: que había nacido durante la última dictadura cívico militar, que lo habían arrebatado de los brazos de su madre y que ella estaba viva. La última sucedió ayer y fue “aún más fuerte”: conoció, abrazó y lloró con Sara, esa mujer secuestrada en Tucumán en 1975 que lo parió mientras permanecía encerrada, que superó el terror extendido y lo buscó décadas después. “El abrazo fue tan largo que pensamos que nunca más se iban a despegar”, confesó la presidenta del organismo de derechos humanos, Estela de Carlotto, que presenció el reencuentro. “Lo que nos pasó fue muy malo, pero ya pasó, ahora queda lo bueno, el milagro, porque tengo a mi mamá con vida”, resumió él más tarde. “Venimos a compartir una muy buena noticia, que tanta falta nos hace”, inauguró Carlotto la conferencia de prensa en la que junto a Delia Giovanola de Califano –una de sus fundadoras que pudo encontrar a su nieto, Martín Ogando, hace poco menos de un mes– y el secretario de Derechos Humanos, Martín Fresneda, confirmó el hallazgo de Bravo, el nieto 119 encontrado desde que la institución comenzó la búsqueda de los cerca de 500 hijos de víctimas de la última dictadura cívico militar que sus responsables y cómplices se apropiaron. “Estas cosas no pasan por milagro, ni tampoco por soledad ni por magia, sino porque hay un pueblo que en paz y sin violencia va abriendo caminos que asombran al mundo entero. Se encontró otro nieto: Mario”, exclamó, entre aplausos de varios otros nietos recuperados que respaldaron la mesa de la conferencia junto al ex juez español Baltasar Garzón y a familiares del “nuevo nieto”, que ocupó la silla contigua a Carlotto. “No tenía hermanos de sangre, más allá de los de la familia de mi esposa. Ahora tengo seis, quince sobrinos –que lo integraron a un grupo de WhatsApp titulado “Bienvenido tío Mario”– y muchos gastos para Navidad”, bromeó.
A Bravo (es el apellido con el que fue anotado y con el que creció) se lo vio bien entre micrófonos y grabadores. Es uno de los pocos nietos recuperados que participan de la conferencia de prensa en la que Abuelas suele anunciar los hallazgos. “Rompió todos los moldes. Mientras nosotras permanecíamos en el silencio cauteloso con el que solemos manejar estos casos, él ya estaba hablando con la prensa en su pueblo”, destacaría hacia el final de la exposición la presidenta de Abuelas. Bravo no paró de sonreír y contestó todas las preguntas que la prensa le realizó. Para él, enterarse de su verdadera historia fue revisar toda la otra: “Vi pasar mi vida como en una película en blanco y negro. Me acordé de cuando era chico, de mi infancia; de cómo me crié, de mis amigos. Y también me di cuenta de que me estuvieron buscando, que le falté a mi familia todo este tiempo”, explicó sobre el corolario de una búsqueda que emprendió a principios de 2015 con el impulso de su esposa (ver aparte). Agradeció a los organismos de derechos humanos, a la Secretaría de Derechos Humanos y a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi), que “funcionan como engranajes de un reloj” del que se imaginó formando parte: “Hay que tomar la posta por otros, por los que faltan”.
Nació en la cárcel tucumana de Villa Urquiza, entre mayo y junio de 1976, mientras su mamá, Sara –que solicitó expresamente preservar su apellido y su imagen, por lo que no participó de la conferencia– estaba en manos de las fuerzas de seguridad provinciales, en cautiverio. Había sido secuestrada en julio de 1975 “al regresar del trabajo, por la madrugada, en la puerta de su vivienda”, reseñó Abuelas de Plaza de Mayo. Sara vivía en la capital tucumana junto a sus dos hijas, de tres y un año y trabajaba en un hotel en esa ciudad. Por las fechas de secuestro y de alumbramiento de Mario Bravo, se presume que el embarazo fue producto de un abuso sexual al que Sara habría sido sometida durante su encierro –una práctica usual entre las violaciones a los derechos humanos durante el terrorismo de Estado que comenzó a ser expuesta por las sobrevivientes durante los juicios por esos delitos y que, de a poco, los tribunales comenzaron a considerar a la hora de sentenciar genocidas–. El bebé le fue arrebatado al nacer por un enfermero que ni siquiera le dejó saber su sexo. Sara fue liberada en noviembre de aquel año “a la vera de un cañaveral”, citó el organismo.
La mujer “vivió atemorizada por el martirio que le tocó” y pasaron décadas hasta que se animó a compartir la búsqueda de ese hijo al que “imaginó como un varón”. En 2004 se acercó a la Secretaría de Derechos Humanos tucumana; en 2006 a la nacional y un año más tarde, Conadi mediante, dejó una muestra de su sangre en el Banco Nacional de Datos Genéticos. Ocho años más tarde, su hijo haría lo mismo. Tras el recorrido, Carlotto mechó la historia Bravo y su identidad con la actualidad política al referenciar el editorial de La Nación que equiparaba la lucha de los organismos de derechos humanos por memoria, verdad y justicia con un proceso vengativo. “Mientras desde algunos medios de comunicación y algunos sectores políticos y judiciales se intenta imponer la idea de la reconciliación, se evidencia una vez más la necesidad de seguir investigando”, puntualizó.
“Es un momento muy emocionante, de mezcla de sentimientos, de alegría”, definió Bravo el encuentro entre ambos, que fue breve y emotivo: “(Sara) Lloró mucho. Me tiene después de 38 años de ausencia. Llanto es lo primero que sale”, comprendió y respondió que ella le contó que “le habló mucho a la panza” durante la gestación. “Le dije que había hecho mucho, muchísimo más: eligió tenerme.” Carlotto también habló del momento en que madre e hijo se vieron por primera vez. “Se dieron un abrazo tan largo que pensamos que no se separarían más”, acotó y reprodujo una frase de Sara antes de soltarlo que “quedará para la historia”: “Nunca más te van a separar de mí”.