Macri las llamó las «loquitas». Son las mujeres que enfrentaron a Reutemann en la campaña de 2015 en Santa Fe. Son las que denunciaron la responsabilidad política del ex gobernador en la catástrofe cuando el río Salado inundó gran parte de la ciudad.
Mauricio Macri las llamó «loquitas». «Dejalas, si éstas son unas loquitas», le dijo a Carlos Reutemann cuando éste quedó con la campera amarilla por los huevazos y los insultos. Fue en la campaña electoral de 2015, en el hotel del puerto de Santa Fe, donde Macri vino a pedir votos para sus candidatos: Reutemann y Miguel Torres del Sel. Al pie de la escalera esperaban esas mujeres, las inundadas por el aluvión del río Salado en 2003, las que denunciaron ‑desde entonces‑ la responsabilidad política del ex gobernador por la catástrofe y la justicia a medida que ya le garantizó quince años de impunidad. Graciela García quedó cara a cara con Reutemann, quien le preguntó quién era. «¡Fui inundada, no te voy a dejar tranquilo! ‑le prometió‑ ¡Y ahora venís con éste mentiroso!». Macri sonreía. Los testigos discrepan sobre el tono y las palabras. Del Sel se demoró arriba para zafar del incidente. Y quienes rodeaban a Reutemann lo sacaron rápido del hotel. En esa salida a las apuradas, Macri lo consoló por el escrache de «esas loquitas».
La noche de los gritos. El 29 de abril de 2003 nadie durmió en los barrios del oeste, el valle de inundación del Salado. El domingo 27, Carlos Menem había salido primero en las elecciones presidenciales, aunque después declinó en segunda vuelta. Pocos días antes, su hermano y sus amigos habían hecho campaña en el despacho de Reutemann, en la Casa Gris. El lunes 28, un frente de inundación de 200 kilómetros ya había sumergido a Recreo y amenazaba a Santa Fe. El aluvión se metió por una defensa sin terminar el martes al anochecer. El pánico creció a medida que el agua sobrepasaba ventanas y techos. Eran gritos, miles de gritos, de niños y mujeres. El 1º de mayo, Reutemann tuvo que inaugurar las sesiones ordinarias de la Legislatura, cuando los cuerpos aún no habían salido a la superficie: 23 muertos y más de 160 mil personas inundadas en el cordón oeste, hasta los techos. La otra mitad seguía como si nada. Y en esa fractura expuesta acaso haya que buscar el origen de muchos pesares, hoy Santa Fe es una ciudades más violenta de la Argentina, con una altísima tasa de femicidios.
Graciela García vive a media cuadra de la avenida de Circunvalación, en el barrio Roma, al fondo. Su casa quedó invadida por más de dos metros de agua, así que ella y sus tres hijos, Mariano (25 años), Lucio (22) y Alejandro (13), apenas pudieron salir con lo puesto. Perdió todo. «Perder todo, significa perder la esencia. Perder nuestro ser», dice. Los más grandes lograron salvar la heladera que llevaron a nado hasta una casa vecina de planta alta. La bajante fue muy lenta y después de 17 días sólo quedó el barro, entre mezclado con la biblioteca y los 500 libros de su hijo menor, que dejó de leer durante años. El del medio, Lucio, falleció hace poco.
Ni olvido, ni perdón. La Carpa Negra por la memoria, la verdad y la justicia se instaló en la plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno, en julio de 2003, apenas los sobrevivientes de la gran inundación comenzaban a superar el shock. Graciela estuvo desde el primer día, el que más la acompañaba era su hijo Lucio. Y después lideró la Marcha de las Antorchas ‑por las velas encendidas‑ que realizó cientos de rondas para exigir justicia y castigo a los responsables políticos de la catástrofe. Por las protestas y la encerrona a Reutemann y a sus ministros en la Catedral Metropolitana el 25 de mayo, una valla metálica de cien metros separó la plaza de la sede del poder. En la primera visita de Néstor Kirchner, cuando Reutemann salía por la puerta de atrás, el presidente fue el único que rompió el cerco y extendió sus manos a los desesperados.
La persecución política a quienes pedían justicia comenzó ahí nomás, en agosto de 2003. Una tarde, Graciela caminaba hacia la Carpa Negra, donde sólo la esperaba Pancho, de casi 80 años. Había un patrullero cerca y uno de los policías le cerró el paso: «¿usted qué hace acá?». Ella intentó explicar, pero fue en vano. La llevaron detenida junto a Pancho. A bordo del auto pensó en el gobernador: «¿Un delincuente ordenó detenernos por ejercer nuestro derecho a peticionar?», preguntó. La causa era una denuncia por supuesto hurto de energía que le tocó investigar a un juez, que conocía muy bien la pesadilla, porque él refugió en su casa a sus padres y a sus hermanos y lloró la pérdida de una sobrina de meses, arrastrada por el aluvión de los brazos de su madre.
Poco después le armaron otra causa por una protesta en el hall de Tribunales, a Graciela y al flaco Héctor San Agustín. Era un reclamo por la justicia a medida del gobernador, en silencio y con barbijos, sólo levantaban los carteles: «Basta de impunidad». «Reutemann protegido de la Corte». Los manifestantes cumplieron las consignas, pero ya se sabe que los gritos vienen de aquella noche fatídica del 29 de abril, así que uno de ellos no pudo con su bronca. Y gritó. Fue suficiente, las citaciones llegaron a los quince días.
El hostigamiento judicial no frenó a Graciela García. Así como enfrentó a Reutemann, también se le plantó al embajador de Macri en el Uruguay, Mario Barletta, cuando pedía votos para ser intendente de Santa Fe, en 2007 o al presidente de la Corte Suprema, Rafael Gutiérrez, en un bar de la peatonal San Martín.
Si no hay justicia. En diciembre de 2003, asumió Jorge Obeid, quien también padeció una encerrona en el Arzobispado de Santa Fe. Reutemann recién apareció en público casi un año después, el 23 de octubre de 2004, en el Ministerio de la Producción. Graciela, Margarita, Marta y María Claudia lo esperaron en la puerta. Margarita logró entrar al edificio porque, según sus compañeras, era «la que tenía más aspecto de señora seria». Lo cruzó a Reutemann en un pasillo y un roce, tronó el fastidio. «¡A mí no me toque! ¡Usted es un asesino inundador!», le gritó. La echaron.
Ya adentro, el ex gobernador había tenido un incidente con dos inundados. A uno de ellos le dijo: ¡Sos un hijo de puta!» y el insultado le contestó: «A mi madre la mató la inundación». Siguió una trifulca en la que cobraron dos amigos de Reutemann, uno un palazo en la cara y otro, un par de coscorrones.
Reutemann salió al trote y subió a un auto. Lo cruzaron las mujeres que lo esperaban. Un casco estalló sobre el capot del vehículo. Era lo que tenía Graciela en la mano, si hubiera llevado un ramo, le tiraba las flores, pero fue el casco. El impacto hizo mella en el piloto porque pisó el acelerador y el auto se le plantó. Graciela se le puso adelante. Otra de sus compañeras avanzó a los gritos. Y la que estaba más cerca, descargó su enojo: «¡Rata! ¡Hay 114 muertos! ¡Vamos a pedir justicia hasta que la consigamos! ¡Adonde vayas te iremos a buscar!».
El último. En la campaña de 2015, Macri vino a Santa Fe a pedir votos para sus candidatos, Reutemann y Del Sel, los dos que después salieron segundos. El lugar: el hotel Los Silos, en el puerto. Graciela volvió a esperar en el primer peldaño de una escalera que terminara la conferencia de prensa. Cuando bajaba Reutemann, volaron dos huevazos. Y Graciela lo interpeló.
‑ ¿Y usted quién es? Yo no hice nada ‑se victimizó el ex gobernador.
‑ ¡Fui inundada! ¡No lo voy a dejar tranquilo! ‑le contestó ella.
Macri venía atrás. «¿De qué te reís?», lo increpó Graciela, quien le reprochó a Reutemann su compañía política. Los insultó a los dos. Del Sel prefirió no bajar. Los acompañantes protegieron a Macri y a Reutemann hasta que subieran a los autos, en la puerta. Y ahí, es donde Macri le dice: «Dejalas, si éstas son unas loquitas».
La investigación judicial aún no llegó a juicio a pesar de que ya pasaron quince años y 20 jueces. Es por supuesto «estrago culposo agravado» por la muerte de 18 personas en la que están procesados el ex ministro de Obras Públicas Edgardo Berli y el ex director de Hidráulica Ricardo Fratti porque el tercero, el ex intendente de Santa Fe, Marcelo Alvarez, murió impune hace veinte días.
Las «loquitas», como las llamó Macri, no claudicaron ni claudicarán en su demanda de justicia. Graciela, Marta, Margarita y María Claudia no se rinden. Ellas dicen que lucharán hasta el final.