Tenía 77 años. Y desde febrero de 2019 enfrentaba una dura enfermedad. El comunicado de Les Luthiers. Y el repaso de una carrera como pocas: su infancia en Santa Fe, el vaso en la frente que le rompió Nacha Guevara, y el inolvidable “Johann Sebastian Mastropiero”
Hoy, se apagó la risa. Porque el humorista Marcos Mundstock, uno de los más brillantes de su generación, murió en la mañana de este miércoles, a los 77 años, en su casa de Buenos Aires. “Después de más de un año de lidiar con un problema de salud que se tornó irreversible, nuestro compañero y amigo finalmente partió”, dice el comunicado oficial difundido por Les Luthiers.
Su voz de bajo fue marca registrada del grupo con el cual dejó una huella imborrable. Mundstock actuó en cine y en televisión, pero en ningún otro lugar fue más feliz que en el escenario que con sus compinches de toda la vida.
La historia de los Mundstock es una de las tantas historias de esos inmigrantes que terminaron de configurar la Argentina durante el período de entreguerras. Su padre, de origen judío asquenazi y de oficio de relojero, llegó en 1930 al puerto de Rosario procedente de Rava Ruska, una ciudad ucraniana en aquel entonces bajo órbita polaca. Unos años antes había venido su mamá, quien se instaló en Santa Fe. Un conocido los puso en contacto y se casaron en Rosario, donde nació su hermana. Años después volvieron a Santa Fe, y allí nació Marcos, un 25 de mayo del año 1942.
Fue a orillas del Paraná donde el pequeño Marcos hizo su primer chiste. Por la calle pasaba un camión que trasladaba cueros, y le comentó a su hermana: “Ahí llevan a los cueros para fabricar vacas”. La frase encerraba la picardía que lo acompañaría toda su vida.
La búsqueda de un horizonte mejor llevó en 1949 a los Mundstock a Buenos Aires, donde un familiar les hizo lugar en su departamento en el barrio de Once. Como primera generación de argentinos nativos, en Marcos convivían el idish que se escuchaba en su casa con el castellano que aprendía en la escuela y el italiano que lo cautivaba con las canzonettas y arias de ópera que emitía la radio. En esa triple frontera cultural Mundstock empezó a acercarse a la música. Su primer registro de música en vivo fue en una sinagoga, donde escuchaba a los cantantes litúrgicos, a quienes les reconocía “una voz muy operística”.
Mientras estudiaba en el colegio se dio cuenta que tenía un don especial para hacer reír a sus compañeros por fuera del libreto de los actos escolares. Y si bien eso no era bien visto por los docentes, en su interior algo se había despertado, esa chispa lo acompañaría para siempre.
Pero por ese entonces, los sueños del pequeño Marcos no eran muy diferentes a los de otros chicos. “Quise ser abogado, ingeniero, aviador, cowboy, benefactor de la humanidad, tenor de ópera, Tarzán, amante latino, futbolista y otras cosas más”, enumeraba. Cuando terminó el secundario entró en Ingeniería -más por mandato que por vocación-, mientras que, con mucho más placer, estudiaba locución en el Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica (ISER). Esos caminos en apariencia paralelos, pronto se cruzarían.
En ese universo de fórmulas matemáticas Mundstock encontró un resquicio artístico. La oportunidad se la brindó el coro. Allí se encontraron Gerardo Masana, estudiante de Arquitectura; Jorge Maronna, de Medicina; Daniel Rabinovich de Derecho y Carlos Núñez Cortés, de Química Biológica. De ese grupo que parecía tan distinto nacería un grupo que cambiaría la historia de la música y el humor en la Argentina: Les Luthiers.