Messi y la selección que se coronó en Qatar convocaron la mayor movilización espontánea jamás concretada en la historia nacional. La caravana con los jugadores tuvo que interrumpir, y culminaron en helicópteros. Éxtasis popular.
Pasión y locura: aluvional, histórica e inaudita. La selección campeona del mundo activó la fiesta popular callejera más grande la historia nacional. Este 20 de diciembre de 2022, Lionel Messi y sus ángeles gladiadores, en vida, consiguieron más que la gigantesca movilización por Carlos Gardel ya muerto en 1935, que Juan Perón vivo aquel 17 de octubre de 1945, retornado en 1972, y luego muerto en un 1º de julio de 1974, que Evita, viva y muerta, que el Raúl Alfonsín del retorno de la Democracia, y que Diego Maradona, con la misma Copa en la mano en 1986 y ya muerto, en 2018.
Nunca antes, cuatro millones de argentinos pusieron sus cuerpos, desnudos, sudorosos, emocionados, ofrendados al hipnótico atractivo de la gambeta, el engaño, el toque mágico, y la atajada definitiva. El éxito futbolero planetario, tercero en la historia, se potenció a niveles impensados en la consideración popular: Messi, el gran estandarte, el mejor del mundo, juega en la Argentina, enamoró a un país y definió una final dramática, única, que hizo llorar a 45 millones.
Después de secarse las lágrimas por la emoción tras los penales del domingo, llegó el desahogo, el grito, y la fiesta interminable. Desde la madrugada del día martes 20, millones de compatriotas se movilizaron desde todo el país para ponerse lo más cerca posible de los jugadores, que, tras bajar del avión en el Aeropuerto de Ezeiza, descansaron unas horas en el predio de la AFA de la misma localidad del Gran Buenos Aires.
El feriado nacional decretado por el gobierno posibilitó que millones salieran a la calle a gritar su alegría. El país se paralizó, en especial en el área metropolitana de Buenos Aires. Y una caravana celebratoria con los héroes, presuntamente estudiada y preparada con antelación por los organismos de seguridad, no pudo cumplir ni un 30 por ciento de su recorrido. La marea humana la fue deteniendo, el tiempo se consumió, y todo terminó en salida de emergencia con los jugadores haciendo algunos vuelos sobre la multitud en helicópteros, para regresar por vía aérea al punto de partida. El predio de la AFA, en Ezeiza.
Para sorpresa, el presidente de la AFA Claudio “Chiqui” Tapia denunció minutos después de abortada la caravana: “no nos dejan llegar a saludar a toda la gente que estaba en el Obelisco, los mismos organismos de Seguridad que nos escoltaban, no nos permiten avanzar”, expresó en Twitter, y agregó: “mil disculpas en nombre de los jugadores Campeones, una pena”.
Y fin de fiesta. Fueron casi cinco horas de caravana. Y quedaron muchas preguntas por responder. ¿Por qué el plantel no llegó hasta el centro de Buenos Aires (Casa Rosada u Obelisco), vía aérea, si fuera necesario? ¿Y desde allí, desde el balcón del edificio histórico (o alguna locación preparada en la zona del Obelisco), levantar la copa ante la multitud?
Lo cierto es que el micro con los jugadores, ni bien ingresó a la Capital Federal, en pocos minutos se desvió e ingresó a la Escuela de Cadetes de la Policía Federal, en el barrio de Lugano, y de ahí abordaron helicópteros para transformarse en un punto móvil en el cielo para consuelo de la multitud, que esperó con paciencia tener una visión franca de sus ídolos futbolísticos.
La multitud pareció conformase con la imagen de los helicópteros y sobre media tarde comenzó una lenta desconcentración de la fiesta callejera mas grande de la historia. Que por desinteligencias organizativas quedó sin remate, y sin foto final. Todo por debilidad política del máximo responsable, el gobierno nacional, que cedió las decisiones organizativas al organismo rector del futbol, y a la mayor o menor predisposición de los jugadores. Donde, pareciera, se impuso la tesis “anti gobierno, o anti política” de no concurrir a la Casa Rosada. Una tradición histórica que se cumplió en mundiales anteriores – incluso para el caso de subcampeonatos- y que hoy fue quebrada.
Una campaña intensa en los últimos días, desde la conducción mediática y política opositora al gobierno del Frente de Todos, obtuvo sus frutos: evitó la foto de Messi con Alberto Fernández (dentro de la Casa Rosada, no en el balcón) y la copa entre las manos. Y Messi, insólitamente, dejó pasar la oportunidad de tener su foto en el balcón de la Rosada con la multitud vibrante celebrándolo. La foto, sin ninguna presencia política, hubiera sido eterna; en contrario, el presidente que ocupa hoy la Casa Rosada, cambiará dentro de un año.
El espíritu festivo de los jugadores estuvo desde la mañana. Con el mejor humor, Leo y los suyos, a las 11.40 se montaron al colectivo sin techo y se dejaron inundar de amor popular, que fue correspondido. Era el día perfecto, el clima se asoció, el sol pleno. Y la multitud, exultante. Pero la logística fue desbordada, mal programada, o directamente falló. Entonces la caravana por los partidos de Ezeiza y luego La Matanza, se terminó apenas ingresados a la Ciudad de Buenos Aires. Y de ahí a los helicópteros, y la despedida.
Con todo, el clima festivo, la sabiduría y tolerancia popular, evitaron un final que pudo ser distinto. Al cierre de esta nota, no se registraba reacción negativa ante la frustración por ante la caravana interrumpida. Otra vez, la fiesta la hizo, y también le garantizó un buen final, la gente.