El Papa no dudó en avanzar con la auditoría. Personas que él había objetado cuando era arzobispo, seguían teniendo peso con la anuencia del cardenal Mario Poli.
“Es un hombre con puño de hierro en guante de terciopelo”, dijo hace unos años la hermana de Jorge Bergoglio sobre el Papa Francisco.
El puño de hierro lo conoció la curia romana cuando a poco de iniciado su papado comenzó a combatir los bolsones de corrupción en el Vaticano, uno de los aspectos que los cardenales de todo el mundo coincidieron en que el sucesor de Benedicto XVI debía encarar con decisión.
Desde entonces produjo una catarata de normas, dispuso auditorias externas y exoneró y envió a juicio a varios funcionarios e incluso a un poderoso cardenal -un hecho sin precedentes en la historia de la Iglesia-, al que también trató con guante de terciopelo al ir a visitarlo una vez durante la Semana Santa, sin perjuicio del desarrollo del juicio que se sigue sustanciando.
Por eso, Francisco no dudó en disponer la auditoria en el arzobispado de Buenos Aires cuando comenzaron a llegar a Roma rumores de que algunas transacciones -ventas y alquileres de inmuebles- no estaban observando las normas establecidas por la Iglesia, lo cual daba lugar a sospechar que algunos allegados a la curia se podían estar beneficiando en perjuicio de la curia metropolitana.
En verdad, el entonces cardenal Bergoglio ya había puesto la vista en alguna que otra oficina del arzobispado y tomado medidas, pero en sus cercanías se asegura que algunas de las personas que él había objetado -y apartado- en aquel momento ahora como pontífice seguían teniendo gravitación en las finanzas curiales con la anuencia de su sucesor, el cardenal Mario Poli.
Nadie en la Iglesia cree que Poli sea una persona deshonesta. Pero entre quienes defienden la auditoria de la Santa Sede afirman que no compartió muchas de las decisiones de Bergoglio, no solo en materia económica, sino también pastoral. Lo cual lo fue distanciando cada vez más de Francisco quien, por otra parte, fue el que lo designó a los pocos días de ser elegido pontífice.
El detonante del vinculo fue, según surge de la auditoria, la no observancia del cardenal de las normas económicas, en particular, que no haya constituido el Colegio de Consultores y, en los hechos, se encuentre inoperante el Consejo de Asuntos Económicos, que deben monitorear las transacciones.
El informe que trascendió este martes -una carta de la congregación para el Clero del Vaticano, autora de la auditoria, a Poli- no detalla cuáles son las operaciones objetadas.
Se descuenta que el organismo hará las precisiones ni bien termine las evaluaciones. Pero una de las principales sería la venta de la llamada Casa del Catequista, un edificio en la calle Guatemala al 5600, en el barrio de Palermo, de gran valor.
De hecho, como se desprende del informe, no se habría solicitado la correspondiente autorización del Vaticano como lo exigen las normas cuando se trata de bienes que -en el caso de la Iglesia en la Argentina- superan los trescientos mil dólares.
No faltan quienes adjudican la difusión del informe a una venganza del ex vicario general del arzobispado, el obispo Joaquín Sucunza, que también fue el responsable de las finanzas del arzobispado, por haber sido despedido tras llegar a la edad límite de 75 años, pese a que Francisco lo había prorrogado por dos años. Otros lo culpan de haber asesorado incorrectamente a Poli. Y otros se muestran comprensivos respecto de las transacciones por estar el arzobispado en una débil situación económica.
Sea como fuere, el Vaticano le pide al cardenal por estar próximo a cumplir en noviembre 75 años y tener que renunciar que “se limite a realizar únicamente aquellas transacciones económicas estrictamente necesarias, intentando en la medida de lo posible no enajenar más activos”. Su futuro seguramente se decidirá durante la audiencia que tendrá este jueves con el Papa.
En pos de la transparencia, sería saludable para la institución que el arzobispado haga su descargo y se conozca el resultado final de la auditoria.