Este miércoles llega a medio siglo el álbum de rock psicodélico clave en la carrera de Pink Floyd. Sergio Marchi y Jorge Moffat aportan su mirada
El 1º de marzo de 1973, Pink Floyd publicaba “The Dark Side of the Moon” (El lado oscuro de la luna), su octavo disco, una obra conceptual que, más allá del alto nivel de experimentación en el estudio, se convirtió en uno de los álbumes más populares del grupo y, a la vez, en un hito de la cultura popular a partir de varias particularidades que le dieron su carácter y establecieron parámetros ineludibles para el resto de la escena musical de la época.
Temas como “Money”, “Time”, “The Great Gig in the Sky”, “Us and Them” y “Brain Damage” emergieron como grandes clásicos de la banda británica en medio de una narrativa musical de casi 45 minutos, con tracks armados a partir de la exploración al extremo de las posibilidades que brindaba el estudio y sonidos ambientales que unían los distintos cortes.
La placa registrada en los estudios Abbey Road, que tuvo como ingeniero de sonido a Alan Parsons -considerado como el “quinto Pink Floyd” en este trabajo-, fue una suerte de tardío estertor de la psicodelia, a la vez que formó parte de las grandes producciones del rock progresivo de la época, en donde pisaban con fuerza bandas como Genesis, Yes y Emerson, Lake & Palmer, entre otras.
Además de la conexión entre las canciones y de su uniformidad sonora a partir de la utilización de los recursos del estudio, el disco también fue el primero cuyas líricas estuvieron por completo a cargo de Roger Waters, por lo que comenzaron a despuntar algunas temáticas recurrentes en la obra de la banda, como la alienación de la vida moderna, el paso del tiempo, el mercantilismo, la muerte y la locura. Respecto a esto último, incluso su creador afirmó que el título del álbum refiere más a la locura que a la cara oculta de la luna; acaso por la experiencia propia de haber sufrido la baja de su miembro fundador, Syd Barrett, a causa del deterioro mental sufrido por la ingesta abusiva de ácido lisérgico. “Brain Damage” pareciera ser la prueba irrefutable de esto.
“Pink Floyd venía ascendiendo. Ya había superado la baja de Syd Barrett y había encontrado un sonido en “Meedle” (sexto disco registrado en 1971). Waters era uno más, quizás más encargado de las letras, pero Pink Floyd era conducción colegiada”, dijo el periodista especializado Sergio Marchi, autor de una profunda investigación para su libro “Roger Waters. Paredes y puentes: el cerebro de Pink Floyd”.
“El sonido de Pink Floyd es el sonido del espacio exterior, aunque también habla un poco del interior”, resumió, para luego ahondar sobre las líricas de este trabajo. “Las letras tratan de hablar sobre los conflictos más inmediatos del ser humano: el tiempo, el dinero, la muerte, la redención y hasta “la grieta” en Us and Them. Pero muchas veces para hablar sobre estas cosas no se necesitan palabras: el sonido es más elocuente como pasa con el tema “The Great Gig in the Sky”.
Jorge Moffat, cantante de The End, uno de los mejores tributos del mundo a Pink Floyd, señaló: “Es una de las grabaciones más influyentes de la historia de la música progresiva de los años 70. El álbum combina sintetizadores modernos con la música clásica y la poesía para crear una experiencia musical única. Esto hizo que fuera un éxito de ventas y sentó las bases para el resto de la música progresiva de la época. El álbum también fue innovador en su uso de conceptos artísticos para contar una historia completa, lo que se convirtió en una característica común en la música progresiva de la época”, definió.
Así como Marchi recordó que “era uno de esos discos que estaban en todas las casas, aunque más no sea de facha” al señalar que “fue el primero realmente popular de Pink Floyd”; Moffat apuntó a “The Dark Side of the Moon” como un ejemplo de que “una obra conceptual puede tener éxito en la radio sin sacrificar su calidad artística. Esto es posible gracias a la combinación de letras poéticas, composiciones de alto nivel y una producción excepcional”.
“The Dark Side of the Moon” es inmenso y 50 años después brilla como un diamante loco. Por más que ahora Roger Waters quiera regrabarlo, es imposible volver a convocar esa magia que el disco tuvo. Porque era hijo de su tiempo, de la historia de 1973, de la evolución del sonido y de un nuevo modo de encarar un trabajo conceptual”, sentenció Sergio Marchi a modo de epílogo.