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Argentina se despidió de los Juegos y ahora se abre otra etapa

Perdió 105-78 ante Estados Unidos, bicampeón olímpico y mundial. Manu Ginóbili y Nocioni anunciaron su retiro de la Selección tras un torneo donde el equipo siguió mostrando su identidad. El desafío será mantenerla con jugadores jóvenes.

No llores. O si vas a llorar, que no sea de tristeza. Hacé un esfuerzo y cambiá la amargura por la alegría. Ponete contento de haber sido contemporáneo del mejor equipo de la historia del deporte argentino. Agradecele a la vida haber podido reunirte delante de un televisor o haber hecho un esfuerzo para viajar para seguirlos a un torneo. Mirá a la cara a tu viejo, a tu hijo, a tu sobrina, a quien quieras, y deciles que fueron afortunados en haberse subido a una montaña rusa monstruosa durante 15 años. Una fiesta de 15 con una entrada gloriosa en Indianápolis 2002, con un pico de locura total cuando te revoleaban por el aire en Atenas 2004, con un baile durante años con esos temas que saben todos y una mesa dulce que fue el postre de ver jugar en Río de Janeiro a los que quedaban en pie.

Quince años pasaron entre aquel título en el Sudamericano de Valdivia 2001 y estos Juegos Olímpicos de donde la Selección Nacional masculina de básquetbol se fue al caer por 105-78 ante Estados Unidos en cuartos de final. Con la frente alta, con el físico al límite, con la dignidad de saberse respetuosos de las convicciones de ir al frente. Siempre.

Fue el último partido con la camiseta argentina de Emanuel Ginóbili y de Andrés Nocioni. Manu, de 39 años y visiblemente emocionado, ni siquiera terminó en cancha el partido y se llevó la pelota con la que finalizó el juego como el mejor recuerdo para el cierre de una etapa brillante. Chapu, a punto de cumplir 37, admitió: «Este fue mi último partido, no hay vuelta atrás».

¿No te emocionaste con los 10 puntos de ventaja que sacó Argentina en los primeros seis minutos del partido, cuando la dinámica de los ataques llevó a lanzamientos francos? Cuando Facundo Campazzo jugaba como en el patio de su casa, le hacía fintas y crossovers a Kyrie Irving y anotaba cuatro dobles, uno más lindo que el otro. Cuando los ataques con permanente movilidad desequilibraban la defensa de Estados Unidos, acostumbrada más al uno contra uno que a correr jugadores de un lado al otro. Cuando el estadio se hizo argentino, con mayoría en contra.

Iban 6m05 y Argentina ganaba 19-9 con 8 tantos de Campazzo, 4 de Scola y un triple de Nocioni. Tanto desorientaba la Selección a su rival que Mike Krzyzewski debió pedir minuto y clarificar las ideas defensivas de sus dirigidos para que entendieran que no se podían relajar. Por algo tomó el comando de su seleccionado cuando la Generación Dorada les cortó el sueño olímpico en Atenas 2004.

Funcionó el lavado de cabeza porque Estados Unidos comenzó a defender en la primera línea como si continuara la Guerra Fría, la efectividad argentina decayó, las pérdidas aparecieron y salió Manu. Un parcial de 16-2 en los últimos 3m55 del cuarto fue el comienzo del vendaval que se vendría vestido de blanco, encabezado por esa metralleta que tiene Kevin Durant en sus manos, con las que anotó 13 puntos en los 10 minutos iniciales.

Cuando comenzó a moverse el banco, por el necesario descanso y la tercera falta pitada a Scola, ya costó mucho más penetrar en la llave y a veces ni se lo intentaba. Laprovíttola no daba la misma agresividad que Campazzo, Delía no tuvo enjundia para volcar un par de pelotas y la defensa estadounidense hacía el resto.

Con triples de ambos bases, Argentina se acercó a nueve puntos (27-36), pero seis tantos de Irving, un triple de Paul George y otro de Lowry dejaron 25 puntos adelante a los estadounidenses (54-29), que dominaron los rebotes y causaron un 35 por ciento de efectividad en los tiros de campo argentinos (7 de 20). “¡U-S-A! ¡U-S-A! ¡U-S-A!”, gritaban los hinchas brasileños. Por si le hiciera falta algo más a una noche que comenzaba a tornarse previsible.

Faltaban los últimos 20 minutos antes de que el seleccionado argentino le dijera adiós a los Juegos Olímpicos. Pudiste ver la tapa enorme de Nocioni a DeAndre Jordan. Pudiste ver a este pivote, el peor tirador de libres de la NBA, hacerse el guapo con Campazzo, 30 centímetros más bajo. Pudiste de a poquito sentir que estaba todo resuelto antes de tiempo, pero necesitabas quedarte a verlo en la tele, en un celular, en tu casa, con los pibes, con tu hijo, porque te atrapó la necesidad de saber que asistías a las últimas jugadas de algunos históricos en la Selección. Así lo entendieron quienes estaban en las tribunas del Arena Carioca 1, que cuando faltaban 6 minutos comenzaron con el “Argentina es un sentimiento, no puedo parar”. Los brasileños, eliminados en primera ronda, le gritaban “E-li-mi-na-dos” a cuatro campeones olímpicos y ganadores de otra medalla, la de bronce en Beijing 2008, que compartieron el cierre del juego en cancha, en un gesto para destacar de Sergio Hernández.

Esos que te hicieron vibrar a lo grande en el pasado y con los que te sentís agradecido por haber sido contemporáneo. Y no te amargaste en exceso con el resultado. Al cabo, si el deporte tiene la capacidad de identificar a un equipo con sus hinchas, estos muchachos lo hicieron de sobra. Y así fue como sin darte cuenta, te paraste donde estabas y te encontraste aplaudiéndolos. Vos sabés bien por qué.

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