Una víctima logra que el preso de Nanclares admita un crimen de 1980 ya prescrito. Se reunió con el etarra en prisión para preguntarle por el atentado en el que fue herido
El 7 de octubre de 1980, ETA mató a Carlos García Fernández en su estanco de Eibar tras años de amenazas. Ayer, Kepa Pikabea, uno de los presos etarras estandartes de la vía Nanclares, reconoció que fue él. Se lo contó en una sala de la cárcel alavesa de Zaballa a Miguel Ángel Madariaga, un guardia civil que fue herido de gravedad en otro atentado. El caso está prescrito y por tanto la revelación carece de consecuencias penales. Además, Pikabea ya tiene la pena máxima por cuatro asesinatos, aunque se le atribuyen hasta 24.
Madariaga asegura que hizo «lo que la Justicia no ha hecho, preguntarle»
Madariaga, nacido hace 65 años en Zaragoza, se reunió durante una hora con el preso tras recibir el visto bueno de Instituciones Penitenciarias. Su objetivo no era participar en los antes conocidos como encuentros restaurativos con terroristas arrepentidos, sino lograr que Pikabea le proporcionara información de hasta 27 asesinatos sin resolver y reconociera su participación en el atentado de 1979 contra la casa cuartel de Andoáin, en el que murió su compañero José Díaz Pérez y él quedó marcado de por vida -tiene el brazo derecho inútil y una bala en la pierna-. «He venido a hacer lo que la Justicia no ha hecho, preguntarle», dijo Madariaga a la salida de la cárcel.
La víctima entró en la sala con el director de Nanclares. Pikabea le preguntó si podía darle la mano. «Yo le respondí: así verás la mano que me dejasteis». El preso «hizo suyos» todos los atentados de ETA y «pidió perdón» por todos ellos, siempre según el relato de Madariaga.
¿Quién le asesinó?, preguntó la víctima. «Desgraciadamente, yo. Fui yo solo», dijo
Empezaron las preguntas. El guardia civil retirado le enseñó recortes de prensa, información policial y datos recabados por Covite. Pikabea se fue desvinculando de todos los atentados: «Me ha dicho que no participó en ellos porque ese día estaba trabajando en Orona, una empresa de montaje de ascensores, o no se acordaba», afirma incrédulo. Sólo reconoció su intervención en uno, el crimen del estanquero, tras relatarle la víctima una conversación que le incriminaba y que en su día revelaron dos miembros de ETA. «¿Vigilaste al estanquero de Éibar?». Le respondió «que sí». «¿Quién perpetró ese asesinato?». «Desgraciadamente, yo. Fui yo solo», le contestó, aunque testigos e informes policiales indican que fueron dos los etarras que dispararon al estanquero.
A Madariaga el caso que le llevaba originalmente a Zaballa era el suyo. Este hombre lleva años luchando para que su atentado sea juzgado. Tras dos archivos previos, en 2012 logró reabrir la causa tirando de un arma empleada en varios atentados en la misma zona y en el mismo plazo que vincularía a los miembros del comando Adarra. La Audiencia Nacional interrogó a Pikabea y a otros dos; no reconocieron nada. Pikabea adujo que no le parecía razonable que se le obligara a mirar atrás cuando ahora es una persona «completamente distinta al joven idealista que cogió las armas». Tras recogerlo la prensa, envió un escrito al juez: él no sabía quién fue y, de haber sido culpable, no tendría duda en decirlo.
El caso fue archivado de nuevo por falta de indicios. Prescribe en 2033 y Madariaga desea -es difícil- que la Fiscalía lo retome después de que Pikabea le haya revelado algo nuevo: si bien insistió en que él no intervino en su atentado, «reconoció que formaba parte del comando Adarra»; se encargaba de «suministrar armas a otros comandos».
Otra de las cuestiones que trataron víctima y preso fueron las cartas que Madariaga le había escrito cuando, al verle integrado en la vía Nanclares, albergó la esperanza de que el arrepentido se autoinculpara. La víctima lamentaba que el disidente de ETA nunca le hubiera contestado. Ayer supo que sí lo hizo.
En 2012 le entregó su respuesta a Txema Urkijo, número dos de la Dirección de Víctimas del Gobierno vasco. Urkijo explica a este periódico que Pikabea le había pedido «discreción» y que él, bajo su responsabilidad, tomó la decisión de no entregar una carta que en aquel momento podía ser «utilizada» contra Nanclares. En la misiva decía que él no participó en el atentado de Andoáin, lo que podía interpretarse como una negativa a colaborar. Recientemente se ha puesto en contacto con Madariaga para cumplir con aquel encargo, asegura, pero no ha logrado reunirse con él.
Madariaga no está contento. Sólo se lleva la «cosa positiva» de aclarar el caso de Éibar, uno de tantos. «La vía Nanclares no debe ser un lugar de impunidad. Aunque la verdad no tenga consecuencias penales, estos presos deberían ayudar a que las familias sepan al menos quién lo hizo».
Fuente: El Mundo