Se llama Osvaldo de Cunto. Para los tíos de la suboficial González y su abogada fue el apretador clave. Escuchas telefónicas y gestiones ante superiores. Su rol en el secuestro de Axel Blumberg.
Osvaldo de Cunto, jefe de la Agencia Regional Córdoba de la Policía Federal Argentina, tuvo un rol importante en el trabajo de intentar encapsular el escándalo de su subalterno Mariano Valdéz, entre la noche del tiroteo en la autovía Rosario a Buenos Aires y el 20 de septiembre, cuando quedó detenido el jefe de la Delegación local de la PFA en Santa Fe.
Su nombre apareció muy poco en los medios de comunicación, eclipsado por el enorme bluff que pretendió imponer Valdéz, con la teoría del robo en la ruta, bajo la luz de la luna. Sin embargo, el comisario que tenía su oficina en Córdoba siguió de cerca todas las incidencias del caso hasta que Valdéz quedó preso. Desde entonces, todos los jefes lo desconocieron al baleado.
La conclusión sobre el rol de De Cunto fue desarrollada en el programa de TV “Zona Critica”, que hizo pública una conversación telefónica del 19 de septiembre pasado – un día antes de la detención de Valdéz y su segundo. Higinio Bellagio – en donde De Cunto le hace saber que el Fiscal Federal Guillermo Lega hizo “todo lo posible” para que la causa se quede en el fuero federal. “Pidió ocho mil medidas”, resume. El comisario baleado se queja en la conversación de la salida de Gendarmería de la causa, quien, deseaban, se quede a cargo de las pericias. Queda en evidencia en esta charla el conocimiento certero de los pasos que desarrollaba la justicia federal a efectos de quedarse con la pesquisa. Valdés desconfía de la policía santafesina y de las “gansadas” del ministro (Maximiliano) Pullaro, que “desde el minuto uno hablaban de algo pasional”.
ANTES DEL FIN. Una de las últimas comunicaciones entre los jefes antes que Valdéz sea detenido.
En la misma hipótesis, una escucha telefónica del 15 de septiembre da cuenta de una charla entre Valdéz y De Cunto en la que éste último le expresa “la calentura” que tiene (Daniel Alejandro) Battini (a cargo de la Superintendencia de Agencias y Delegaciones Federales) “con la ayudante ésta” – por Roxana González, la suboficial que acompañaba a Valdéz en el Ford Focus oficial la noche de los tiros.
En la transcripción de la conversación, Battini -aparece mal traducido como “Bastía”- un hombre vinculado directamente a Néstor Roncaglia (Jefe de la PFA) y el ministerio de Seguridad. “Esta mina quiere ir al ministerio de Seguridad a denunciarte por acoso, quiere pedir el traslado”, le comentan a Valdéz su interlocutor que aparece con el apodo de “Balca”, pero sería, de acuerdo a los pesquisas, De Cunto, ya que en la agenda telefónica de Marcelo “Lechu” Lepwalts estaba ése número como perteneciente al comisario con asiento en Córdoba. Valdéz recibe una orden verbal: hay que parar el quilombo. “Después, Franchecutti te dirá qué hacer o dejamos de hacer pero pará el quilombo”. Eduardo Miguel Francchescutti había quedado al frente del área Rosario de la PFA, luego de la implosión de mayo último, cuando Lepwalts y cinco subordinados de la Delegación Santa Fe fueron detenidos, acusados de darle piso a un narco regional y por guardar en el edifico de la departamental más de 88 bochas de cocaína sin justificar su procedencia. En el nuevo ordenamiento la secuencia de mando era la siguiente: De Cunto, Franchescutti y Valdéz. Los dos primeros de relación directa con Roncaglia.
La participación de De Cunto también fue explicitada en la investigación de los fiscales del MPA Eugenia Lascialandare (Villa Constitución), Matías Edery (Delitos Complejos) y Natalia Benvenuto ( coordinadora), por el tío y la abogada de Roxana González, la compañera de viaje de Valdés, la noche del 9 de septiembre pasado, cuando su jefe recibió dos disparos. Dejaron en claro que la mujer fue obligada a mentir, sobre todo con la versión que indicaba que habían parado en la banquina de la autovía para el cambio de yerba para el mate. Señalaron que la joven policía tenía pánico por la seguridad de ella y de sus allegados. Todo quedó en el acta de la Audiencia Imputativa del 22 de septiembre, según el legajo 21-08219889-7. “La chata que los cruzó en la ruta el día de los tiros no lo hizo al boleo, fue una acción típica de la policía”, le dijo la suboficial a su tío. “La apretaban con el tema de sacarle el arma , por eso le insistían que se presente de nuevo en el Hospital Churruca, para una extensión de su certificado, con la idea de que no declare nada aún”, dijo el familiar, “ella tiene mucho miedo, me di cuenta el día que volvimos del Churruca (el 14 de septiembre) , tenía pánico, pensaba que la querían matar”. Como el terror carcomía los nervios de la suboficial, el tío atendía su teléfono móvil. En una de las tantas conversaciones con Valdés, el tío escuchó que el jefe de su sobrina le adelanto que el jefe de Córdoba estaba viajando a su casa, “creo que me dijo Punto, no recuerdo bien”. Se trataba de Osvaldo de Cunto, en ese momento, el jefe de la Agencia Regional Córdoba y luego trasladado a la Región NOA – Tucumán. “Valdés me pedía todo el tiempo que Roxana cambiara la declaración, que corría riesgo su trabajo, que dijera que todo había sido un robo”, contó el tío.
Los jefes de la PFA llegaron hasta el domicilio del tío de Rosana con móviles identificables y no identificables, y una ambulancia. Entonces, la familia de la suboficial contactó una abogada de Morón, porque la escena era muy fuerte: gran parte de la PFA estaba en la puerta de la casa de González. Cuando la abogada llega comprueba que estaba el subdirector del Hospital Curruca, del área de salud mental. Junto a él, de Cunto y Franchescutti. Estaban todos sentados en la casa, esperando que llegase Rosana. Franchescutti (que en ese momento tenía un control operativo también en San Nicolás y Pergamino) le pidió permiso a De Cunto para hablar con la abogada. Le preguntaron a la letrada dónde estaba Rosana, y si había ido al Churruca. De Cunto estaba muy nervioso, hablaba por teléfono, mandaba mensajes, todo eso lo hacía delante de los presentes. Transpiraba como un hipertenso al borde del colapso.
De Cunto dirigió la escena. Se fue afuera de la casa a hablar por teléfono. Cuando volvió ordenó redactar un acta con lo ocurrido. Pidió no incluir a la abogada en el relato. De todos modos, la asistente legal de los González le sacó una foto al documento. “De Cunto me pregunto en qué auto andaba, le dije que andaba en Uber. Insistía diciéndole al tío que no había que hacerle ninguna denuncia a Valdéz”, dijo la abogada.
El 17 de septiembre la letrada y los tíos acompañan a Rosana al Churruca. Allí la examinaron psicólogos y psiquiatras y le extendieron un certificado en el que aclaraban que no estaba en condiciones de portar armas, pero además que no era apta para declarar ni en un sumario administrativo ni en la justicia. “Parecía que los del Hospital se habían puesto de acuerdo con un guion que tenía como objetivo evitar que Roxana declare”.
Finalmente Roxana declaró el 19 de septiembre en la Fiscalia santafesina, estaba acompañada de su abogada, quien recibió una decena de llamados de Valdéz, via Whast App. “Insistía y me decía que ‘Rosana sabe bien lo que tiene que declarar (…) cuando volvíamos de declarar me volvió a llamar y me dijo que le diga a Roxana que borre todas las llamadas y mensajes del Whast App. De fondo se escuchaban voces, una de ellas dice: ´que se joda la pendeja, de última”. Roxana describió otra escena, otra historia sobre lo sucedido. Distante de la versión de su jefe. Relató un encuentro en la ruta de Valdéz con, supone, conocidos. Hubo una conversación que luego subió de tono y terminó a los tiros. “Yo disparé desde la ventanilla, pero no contra alguien”, señaló. Al otro día, Valdéz quedaba preso en Santa Fe. Las TOE lo sacaron esposado a él y a su segundo. Cuarenta y ocho horas después, toda la historia que aquí se resalta, conformaban la imputación de los fiscales.
Un pasado con problemas judiciales
Durante el juicio por el secuestro y asesinato de Axel Bumberg, en 2006, la querella pidió que se trabaje e indague sobre el rol que tuvo el comisario de la Federal, Juan José Schettino, quien era el jefe de la Brigada Antisecuestros, que luego quedaría imputado por encubrimiento. Se lo acusaba de haber tenido información sobre la relación de “Oso” Peralta con el secuestro del joven, y no habérsela entregado al Fiscal de la causa, Jorge Sica.
Un subalterno del jefe de la Brigada había declarado que no recordaba haber realizado tareas de inteligencia sobre Martín Peralta en los días posteriores al crimen de Blumberg. Ese suboficial era Osvaldo de Cunto. La clave estaba en determinar si el jefe de De Cunto le pidió chequear un dato sobre presuntas tareas delictivas que nacían desde un lavadero de autos en el partido de Malvinas Argentinas. De Cunto dijo que fue a constatar el dato y elaboró un informe de inteligencia que entregó a Schettino. Cuando el querellante quiso saber si De Cunto se enteró o supo si su jefe le dio esos datos al fiscal de la causa, el subalterno dijo desconocerlo. Su jefe quedó imputado por encubrimiento. Fue durante el juicio que se llevó adelante en 2006, dos años después del crimen de Axel.
Héctor Martín Galiano
(hemagal@hotmail.com)