Todo sistema de progenitura -la transmisión del poder de primer nacido a primer nacido- genera una dura realidad. Y nadie lo expresó más crudamente que Consuelo Vanderbilt, la belleza de la edad dorada cuya fortuna norteamericana suscitó una propuesta de matrimonio del noveno duque de Marlborough. Tras el nacimiento de su segundo hijo, dicen que la mujer expresó que le había dado al duque «un heredero y un repuesto».
El heredero nace a una vida rígida y claramente establecida. Al repuesto le toca exactamente lo contrario: un lugar incierto, deberes inespecíficos, ingresos inestables y la poco atractiva perspectiva de que su influencia se vaya disipando hasta que el próximo heredero y el próximo repuesto lo saquen a empujones.
Esa es la realidad que subyace a la reciente crisis de la familia real británica. El príncipe Harry, que durante mucho tiempo fue el repuesto de su hermano mayor, Guillermo -hasta el nacimiento del hijo de este hace seis años-, dejó pasmada a su familia con el anuncio de que él y su esposa se «retiraban» de sus amorfos roles en la casa real. El golpe llegó apenas meses después de que el tío de Harry, el expríncipe de repuesto Andrés, fue eyectado sin miramientos por sus vínculos con el fallecido abusador de menores Jeffrey Epstein. Y cuando la familia Windsor hace algo sin miramientos, es porque la cosa es grave.
Que todo este lío caiga encima de Isabel es una especie de ironía del destino, ya que la reina le debe su trono justamente a ese sistema de herederos de repuesto. En 1936, su tío, el rey Eduardo VIII, tomó la extraordinaria decisión de renunciar al trono para casarse con una divorciada. Su abdicación lanzó al padre de Isabel al centro de la escena bajo el nombre de Jorge VI, que con su valiente comportamiento durante la Segunda Guerra Mundial logró restañar la magullada dignidad de la corona. La princesa Isabel, heredera del exheredero de repuesto, se convirtió en reina tras la muerte de su padre, en 1952.
No hace falta ser un analista experto en la monarquía para advertir que hay algo muy primario que se juega en todo esto. Los arquetipos del heredero y de su repuesto recorren la Biblia, las obras de Shakespeare y llegan a las pantallas de cine y de televisión. La segunda película más taquillera de 2019 fue El rey león, que enfrenta al malévolo repuesto Scar con el ambivalente heredero Simba. La cuarta fue Frozen II, o sea las nuevas aventuras de Elsa, la heredera, y Anna, su repuesto.
El problema es que la monarquía, por definición, es trabajo unipersonal. Y nunca tanto como en la era moderna. Lejos quedaron los días en los que el heredero de repuesto podía ser despachado a gobernar una colonia lejana. Actualmente, ese rol es meramente simbólico y la cantidad de inauguraciones y cintas para cortar es limitada. Aunque no les guste, esta crisis de sobrante de repuestos tal vez obligue a una muy vieja institución a encontrar algunas soluciones modernas.
En ese sentido, la familia podría terminar alegrándose de que Harry se haya casado con la actriz norteamericana Meghan Markle. Su conciencia social y su visión feminista del mundo se dan de bruces con la jerarquía engolada del Palacio de Buckingham, y su desembarco en el lugar fue turbulento. De todos modos, la duquesa de Sussex, como se la llama, está años luz por delante de su familia política en lo que a ganarse la vida a costa de la fama se refiere. Markle supo hacer rendir su papel en la serie televisiva Suits creando un sitio web de estilo de vida y moda y usándolo para impulsar su línea de ropa.
Cuando ella y Harry prometieron «trabajar para ser económicamente independientes», debían estar pensando en ese tipo de trabajo. Ambos están en inmejorable situación para firmar un jugoso contrato por un libro, una producción televisiva y para recibir esos raramente discutidos cheques de seis cifras por usar determinada marca de ropa en la alfombra roja. La marca registrada de la pareja, Sussex Royal, puede funcionar a las mil maravillas como firma de ropa para chicos -para ese principito o esa princesita que hay en tu vida-, pero siempre asociados a alguna asociación caritativa que promueva el reciclado de ropa. Y por qué no una línea de cosméticos llamada Duquesa. Se entiende, ¿no? Y como prometieron un «equilibrio geográfico», podrán enfocar sus intereses comerciales en el lado del charco donde hasta el presidente les hace propaganda.
Pasar a cobrar los alquileres de las propiedades heredadas -principal ingreso de la familia real- es demasiado engorroso para esta época de vértigo. Así que si Harry y Meghan encuentran un modelo de negocios que funcione, todos los herederos sobrantes de la familia tendrán motivos para agradecerles.