En el retrato cinematógrafico que viene rompiendo taquillas en todo el mundo hay apenas referencias, a veces sesgadas, a Jean Tatlock, Kitty Puening y Ruth Tolman, con historias fascinantes e influyentes en la vida del físico que inventó la bomba atómica.
Son las 5.29 AM del 16 de julio de 1945, y la primera bomba atómica de la historia acaba de ser detonada. En el desértico paisaje de Nuevo México, el artefacto explota con un poder equivalente a 21 mil toneladas de dinamita, lanzando una llamarada tan luminosa que los investigadores afirman que podría haberse visto desde Marte. ¿El nombre en código para ese test que cambiaría el mundo y haría historia? Trinity. Se dice que el creador de la bomba, J. Robert Oppenheimer, lo bautizó así como un tributo al gran amor de su vida y ex amante Jean Tatlock, con quien compartían una profunda apreciación de la poesía de John Donne: «Golpea mi corazón, Dios de tres personas».
Es un dato fascinante, uno que habla a la vez de qué clase de hombre fue Oppenheimer y la influencia que sin dudas tuvieron en él las mujeres de su vida. Y aún así ese momento, y otros como ese, no aparecen en Oppenheimer, la exitosa biopic realizada por Christopher Nolan. La épica película de tres horas es grandiosa, previsiblemente tensa y actuada de manera soberbia por Cillian Murphy, que viste el característico sombrero y la pipa del físico con tanta naturalidad como su mirada perdida. A su alrededor están los numerosos científicos de gafas, políticos de traje abotonado y gruñones integrantes del personal militar -todos ellos hombres- que interpretaron una parte clave en la historia. Pero es notoria la ausencia de las mujeres de su vida. Hay algunas que sí aparecen -interpretadas por Florence Pugh, Emily Blunt y Louise Lombard-, pero su tiempo en pantalla es breve y su importancia está subestimada. Las mujeres de Oppenheimer son retratadas en su mayoría como un daño colateral, en vez de lo que fueron: una parte instrumental de la historia.
Tatlock, la supuesta inspiración de Trinity, aparece al comienzo. Interpretado por Pugh, el personaje es presentado como algo cortado del mismo género de la escritora y poeta Sylvia Plath: sexualmente liberada, ferozmente inteligente, de maneras elegantes y profundamente problemática. Es verdad que, como muestra la película, Tatlock y Oppenheimer se conocieron en una fiesta en Berkeley, en la primavera de 1936. Ella tenía 22 años; él le llevaba diez. Nacida en Michigan, Tatlock pertenecía a una familia de académicos; su padre, un erudito educado en Harvard, era un aclamado profesor de Inglés y un experto en Geoffrey Chaucer. Antes de asistir al Vassar College en 1931, Tatlock visitó Europa, donde se quedó con una amiga en Suiza que la introdujo al trabajo del psicólogo Carl Jung (su preferencia por Jung sobre Sigmund Freud es apuntada en el film de Nolan, momentos antes de que ella y Oppenheimer tengan sexo por primera vez). Tatlock estudió ella misma Psicología, graduándose de Vassar en 1935 antes de continuar sus estudios en la escuela de Medicina Stanford. Fue mientras preparaba sus cursos previos en Berkeley que conoció a Oppenheimer en esa fiesta.
A través de los años se ha dico mucho sobre el trasfondo político de Tatlock: era miembro activa del Partido Comunista de Estados Unidos. Su relación con Oppenheimer -vista como un indicador de las propias inclinaciones políticas del científico- fue utilizada como evidencia contra él en las audiencias de 1954, que llevaron a la pérdida de su acceso a temas confidenciales de seguridad. Pero tal como muestra la película de Nolan, en esos círculos y en esa época el comunismo estaba floreciendo. Es muy posible que Oppenheimer hubiera explorado esa ideología con o sin Tatlock; su hermano y su cuñada, además de muchos de sus colegas universitarios, habían pertenecido al partido en algún momento y se habían opuesto a Franco en la Guerra Civil española. «Incluso el conservador padre de Jean hizo donaciones a los cuerpos de ambulancias», dicen Patricia Klaus y Shirley Streshinsky, autoras de la biografía de 2013 An Atomic Love Story: The Extraordinary Women in Robert Oppenheimer’s Life («Una historia de amor atómico: las extraordinarias mujeres en la vida de Robert Oppenheimer»). «Para Jean y Oppenheimer, el interés compartido en la psicología fue un lazo muy fuerte. Y, como diría más tarde uno de sus amigos, Oppenheimer aprendió de Jean a ser compasivo.»
La película retrata esa compasión, pero también sugiere fuertemente que en la pareja había una afiebrada conexión sexual. En la versión de Nolan, sus personajes son vistos a menudo en el calor del sexo o inmediatamente después. Es un retrato que incomoda a Klaus. «Oppenheimer describió a Jean como una ‘criatura lírica, anhelante’ y admiraba profundamente su espíritu y sensibilidad», dice la autora. «Creo que la resistencia de Jean a casarse y los comentarios posteriores de Kitty (la esposa de Oppenheimer, con quien se casó en 1940) indican que la relación física no era la parte más importante de esa conexión: dijo que ella le había tenido que enseñar todo sobre el sexo, de cómo podía ser ‘divertido'». Oppenheimer le propuso matrimonio a Tatlock en dos ocasiones; ella se negó ambas veces.
Para el momento en que Oppenheimer había comenzado a trabajar en la construcción de la bomba atómica, solo veía a Tatlock en contadas ocasiones. Se vieron por última vez en junio de 1943 cuando Oppenheimer -para entonces casado con Kitty y sirviendo como director de Los Alamos, el sitio donde desarrolló la bomba junto a su equipo- la visitó en un viaje clandestino a San Francisco, donde Tatlock trabajaba como psiquiatra pediátrica en el hospital Monte de Sion, y recibía ella misma tratamiento psiquiátrico para su depresión. («Hoy se sugeriría un desorden bipolar», dicen Klaus y Streshinsky sobre el estado mental de Tatlock en ese momento).
Años más tarde, en la audiencia de Comisión de Energía Atómica que revocó sus permisos de seguridad en 1954, Oppenheimer recordó cómo Tatlock lo llamó para visitarlo porque «ella todavía estaba enamorada de mí». Como muestra la película, Kitty estaba en ese momento en el salón. No queda claro qué sucedió en ese encuentro final entre Oppenheimer y Tatlock, pero el film de Nolan sugiere que fue allí donde Oppenheimer puso un final definitivo al romance. Sea lo que haya sucedido en el momento, Tatlock se suicidó siete meses después. «Por razones de amor y compasión, él se había vuelto un miembro clave en la estructura de apoyo psicológico de Jean, y entonces desapareció misteriosamente», escriben Kai Bird y Martin J. Sherwin en su biografía de 2005 Prometeo americano. «A los ojos de Jean, puede haber parecido que la ambición se impuso al amor.»
Como muestra la película, el romance de Tatlock y Oppenheimer se superpuso a su matrimonio con Kitty, que es retratada de modo feroz (y a menudo ebria) por Emily Blunt. Oppenheimer solo se casó una vez, pero era el cuarto marido de Kitty. Nacida como Katherine Puening, hija de un ingeniero en Recklinghausen, Alemania, se mudó con su familia a Pittsburgh (Pennsylvania) cuando tenía tres años. Más tarde, Kitty dejó la universidad y se mudó a París, donde asistió un breve tiempo a la Sorbona y la universidad de Grenoble. Allí conoció a su primer marido, un músico llamado Frank Ramsayer. El matrimonio fue anulado solo unos pocos meses después. Ese mismo 1933, tras inscribirse en la Universidad de Wisconsin, conoció a Joseph Dallet, un organizador comunista con quien se mudó a Ohio. Fue gracias a Dallet que Kitty se encontró inmersa en el comunismo. Cuando él se fue a combatir en la Guerra Civil española, ella le escribió preguntándole si podía unírsele. Antes de partir a Europa, de todos modos, se enteró de que Dallet había muerto en combate en 1937.
Un año después, Kitty volvió a las aulas para estudiar Biología en la Universidad de Pennsylvania. En 1939 se casó con Richard Harrison, un médico británico, y empezó a cursar un postgrado en Botánica en la Universidad de California. En esos tiempos conoció a Oppenheimer en una fiesta en un jardín, y empezaron un romance. Ella visitó su rancho en Nuevo México, donde montaron caballos juntos. Kitty se divorció de Harrison en 1940 y se casó con Oppenheimer al día siguiente. Tuvieron un hijo, Peter, y se mudaron a Los Alamos, donde Oppenheimer lideró los esfuerzos estadounidenses para obtener la primera bomba atómica. Allí, Kitty trabajó por un corto tiempo como técnica de laboratorio y también tuvo a Katherine, su segunda hija, conocida como Toni.
El sitio era hogar para colegas y otras familias, muchas de las cuales desarrollaron un profundo desagrado por Kitty. «Y por buenas razones», dicen Klaus y Streshinsky. «Ella tomaba lo que quería, sin importarle el dolor que podía infligir a otros. Podía ser una persona áspera y cruel, especialmente con otras mujeres.» Entre el aislamiento de una nueva maternidad y de Los Alamos mismo, Kitty luchó con el alcoholismo: un foco, si no el foco, de su retrato en la película. Hablando de su papel, Blunt le dijo a The Washington Post: «La soledad de la vida en Los Alamos tiene que haber sido algo extraordinario, y lo sentí mucho por esta mujer que no era una buena persona, y alteraba a la gente de la peor manera.»
A pesar de sus problemas, Kitty siguió siendo una confidente cercana de Oppenheimer, incluso cuando los protocolos de seguridad indicaban lo contrario. Cuando el test Trinity se realizó exitosamente, esa mañana de julio de 1945, Kitty estaba en su casa, completamente fuera de la acción. Oppenheimer, de todos modos, se las arregló para tenerla al tanto, enviándole un mensaje secreto que habían arreglado previamente: «Podés cambiar las sábanas». La pareja siguió junta hasta la muerte del físico en 1967, luego de lo cual Kitty diseminó sus cenizas en el frente de su hogar en St. John, en las Islas Vírgenes. Más tarde se mudó con un viejo amigo de la familia, Robert Serber, antes de morir en 1972 por una embolia pulmonar. Había estado en Panamá, una parada de su viaje de navegación alrededor del mundo.
Tatlock y Kitty estuvieron lejos de ser las únicas mujeres en la vida de Oppenheimer. «Cuando empezamos nuestra investigación vimos todas las mujeres con las que tuvo relaciones, algunas serias, otras superficiales», dicen Klaus y Streshinsky. «Su madre, a quien adoraba; Jane Didisheim, una compañera de escuela; Katy Page, una mujer mayor que él con quien compartía su amor por Nuevo México; Ruth Tolman, su amiga más querida; Natalie Raymond, una amiga a quien conoció a través de Tolman; Charlotte Houtermans, a quien conoció en Göttingen. En la película puede verse la importancia de Tolman, interpretada por una rubia y fabulosa Louise Lombard.
También psicóloga, Ruth y su marido, el matemático Richard Tolman, habían sido amigos de Oppenheimer desde que llegó a California en 1928, a los 24 años. «Ruth y Robert fueron sus amigos cercanos por décadas», señalan Klaus y Streshinsky. «El puede haber amado a Kitty, pero en cierto nivel no la respetaba; a Ruth la respetaba y admiraba. Confiaba en sus consejos y la clase de consuelo que solo un buen amigo puede ofrecer.» Una de las secretarias de Oppenheimer aseguró que él siempre guardaba una de las cartas de Tolman en el bolsillo.
Circularon rumores de un romance entre ellos, que son señalados en la película. Pero en toda su investigación, ni Klaus ni Streshinsky encontraron evidencias de que su relación fuera más allá de lo platónico. Las escritoras dicen que esas especulaciones eran «más bien chismorreos malintencionados» diseminadas por un colega de Oppenheimer, el físico Ernest Lawrence, quien «con una larga lista de resquemores, personales y profesionales, hizo correr un rumor que había escuchado en un cóctel, que Ruth y Oppenheimer habían tenido un romance.» Que Kitty, una persona muy celosa, no haya indicado ninguna razón para sospechar de la relación de su marido, ayuda a descreer de los rumores.
«Desafortunadamente, la acusación de Lawrence aparece en la película, de modo muy breve pero presentada casi como un hecho, apoyado por rápidos clips que muestran a Ruth como alguien que podría tener una aventura extramatrimonial», dicen Klaus y Streshinsky. «Eso no le hace justicia a Ruth y su relación con Robert.»
Es sabido que Christopher Nolan no hace mujeres, o al menos no las hace muy bien. A través de los años, el cineasta británico-estadounidense se ha hecho conocido por varias cosas: los juegos con la cronología, las tramas que llevan a rascarse la cabeza, los escenarios épicos, unas mezclas de sonido exasperantes. Pero escribir buenos personajes femeninos nunca estuvo en esa lista. Cuando se abrieron las salas para ver la película, no parece que nadie haya comprado su ticket creyendo que la película iba a presentar una mirada profunda sobre la mente de una mujer. Pero mientras esa omisión era de algún modo esperable (y quizás hasta necesaria, dada la duración ya extensa del film), es una pena dado lo fascinantes que son las mujeres de esta historia. Resulta claro que ellas solas podrían llenar otra película de tres horas.
* Annabel Nugent. De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.