En la agenda del gobernador Miguel Lifschitz figura para esta semana una reunión con la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich. Volverá a pedirle 3.000 efectivos de fuerzas federales para la provincia, la mitad para Rosario y la otra para el resto del territorio. Bullrich ya adelantó en off que ese número era imposible “de arranque”, aunque Marcos Peña, el jefe de ministros de la Nación lo confirmara la semana pasada. Para la comitiva santafesina es indispensable la llegada de los uniformados para pacificar zonas calientes, donde la regulación de las economías delictivas escapó del alcance la Policía y el escenario, con varios distribuidores de drogas en la cancha, se atomizó con la consecuencia que se observan en las estadísticas de los crímenes dolosos en Santa Fe y Rosario: la mitad están relacionados a disputas territoriales por la venta de estupefacientes.
Como la corrección política lo impide no se puede defender la llegada de otras fuerzas por el desmadre de la propia. Es escupir contra el viento. Mucho peor, es reconocer que la violencia de hoy es a consecuencia de haber surfeado durante años entregándoles el manejo de la institución policial a los oficiales. Pasa en todas la provincias, y es una foto latinoamericana también. El progresismo sufre de ataque de pánico cada vez que debe dirigir el funcionamiento policial, es por eso que cuando la crisis es aguda estalla con brutalidad.
Actualmente, en innumerables causas en trámite en la justicia federal aparecen en escuchas telefónicas estamentos policiales participando del negocio de la venta de drogas. La justicia, por pereza o por indolente –también por falta de recursos- avanzó poco y nada en las causas vigentes por enriquecimiento ilícito de personal policial. Hasta marzo de este año, sólo había avanzado el expediente de Hugo Giuliano, ex jefe de Investigaciones de Rosario, denunciado en 2002 por Apropol con detalles inusuales y pormenorizados de sus bienes. El resto, descasan sin hacerle cosquillas a los apuntados en el esquema del viejo sistema de enjuiciamiento penal, tan colapsado como el actual.
Lifschitz calmó su enojo con el ministro de Seguridad Maximiliano Pullaro y decidió él mismo ser vocero en la materia. Lo hizo en la asunción de nuevo jefe de la Policía José Amaya, el día del aniversario de la Policía. Lo increíble es que el propio Amaya, conocido por ser hábil declarante, expresó que “con la Policía santafesina es suficiente para garantizar la seguridad”, al mismo tiempo que el gobernador pedía Gendarmes por miles. Hace quince días Pullaro y el ministro de Justicia, Ricardo Silberstein, se cruzaron con los jueces por “las escasísimas penas que reciben los delincuentes” que luego aparecían en hechos violentos como protagonistas principalmente en Rosario. Algunos ejemplos, lugares comunes utilizados frecuentemente por la derecha, aparecieron en boca de funcionarios provinciales: el fracaso de las salidas transitorias y el monto de pena aplicado en las sentencias. El primer caso discutible desde la estadística. Es bajo el porcentaje de fracaso de las salidas transitorias otorgadas en total. La estadística es otra si se toma el caso por reo y no por beneficio. El mismo – por ejemplo – preso pudo haber cumplido 19 de 20 salidas, pero si se computa el fracaso del único “no regreso”, la tasa no tendría discusión. El segundo ejemplo es menos defendible: el sistema penal actual, además de deficiente es flaco en materia de operadores y tiene una herramienta que el propio legislador pensó para economizar procesos: el juicio abreviado, que morigera la pena si el imputado acepta la culpa. El segundo enojo de Lifschitz hizo foco en la forma de la salida del ex Jefe de la Policía Luis Bruschi. Primero iba a ser una licencia. Se supo más tarde que las asperezas entre Bruschi y Pullaro eran insalvables desde el minuto uno. Bruschi estuvo a punto de irse el primer día de su gestión cuando se enteró por los medios que se había allanado el D4 (Departamento de Logística de la Policía) por la denuncia de los falsos arreglos a los coches de la Jefatura. Según sus allegados el enojo no era por protección de Rafael Grau (anterior jefe) sino porque él mismo le había pedido al ministro reformular el D4 y el Departamento Personal y Pullaro le habría manifestado que “no era el momento”. De todos modos la salida de Bruschi fue generosa en favores: hizo cambios en regionales y habilitó el retorno de la AUE (Agrupación de Unidades especiales) en la URI y la URII. La AUE había sido desarticulada graduablemente por los bolsones de corrupción que en ella se desarrollaban, sobre todo en las secciones Investigaciones, Homicidios y Automotores. La AUE, más el Comando Radioeléctrico, aparecen como las unidades más reguladoras de los negocios sucios en la calle. Basta con ver las opiniones en los denominados “buzones por la vida” que suelen ser crudos informes del “ambiente”, como dicen en el mundo del hampa. La vuelta de la AUE en la calle fue vista por la oficialidad como un guiño de la política, aunque difícilmente Lifschitz lo apruebe si sólo debería gestionar la policía, y no lo cientos de problemas realmente complejos que día a día agenda para resolver.
El gobernador prefirió adelantarse al “problema de la seguridad” antes que la dimensión discursiva de los actores “cirujas” de la política lo depreden. Se reunió con fiscales para escuchar reclamos de todo tipo, desde la computadora que falta hasta, la necesidad de duplicar personal y funcionarios.
En su prepotencia de trabajo – reconocida por todo su gabinete- obvió formas e incluso pudo haber afectado su liderazgo: organizó una reunión con jefes de la Unidad Regional II y jefes de agrupaciones y cuerpos de Rosario. Fue antes de la reunión con los fiscales, hace 10 días. Generó un espacio horizontal y asambleario para respaldar a Pullaro – también presente- .El gobernador escuchó quejas en varios colores, absorbiendo un innecesario desgaste en un ámbito donde, no siempre “salir bien” es codificado de la misma forma por la política y la institución policial. Para peor, en el cierre, pidió la palabra el jefe del Comando Radioeléctrico. Dijo” Gobernador, si yo voy por la calle y veo que una persona está sufriendo un ataque cardíaco, me bajo y lo asisto y tal vez para salvarle la vida deba romperle algunas costillas, pero le salvo la vida. Acá es lo mismo”, soltó el jefe. El silencio fue total. Como cuando alguien pregunta por la cuerda en la casa del ahorcado.
La llegada de Gendarmería será un alivio en el corto plazo. Para el gobernador y el ministro de Seguridad es fundamental que la fuerza federal responda al poder político santafesino en funciones de seguridad y que, como lo es habitualmente, dependa del fiscal en tareas investigativas. También la provincia peleará por la no manutención de las tropas federales ya que fue la única provincia que costeó la estadía en oportunidades anteriores, según se comento en la reunión de la semana pasada. Raro, si se tiene en cuenta que el propio Frente Progresista echó mano a dos ex gendarmes retirados del área de inteligencia para co – conducir a la policía en la gestión anterior.
El gobernador confía en su estrella, como los buenos capitanes de barcos. Aunque no se aprecie con claridad, mantiene una intención de transformar a la Policía no sólo en el aspecto formal sino en el que quema en los subsuelos de la fuerza: la cogestión de los negocios que generan violencia. Para ello sabe que necesita capital político en su frente partidario y también de la oposición. Es por eso que se trajo de Buenos Aires el compromiso de la Procuradora, Alejandra Gils Carbó, de acelerar la designación del fiscal en Venado Tuerto, en Santa Fe, en Rafaela y la vacante que dejó Marquevich en Rosario. Para ello, la opción de la jefa de fiscales fue más que buena: aseguró que uno de los fiscales de la Unidad AMIA se incorporará al grupo de fiscales en Rosario a la brevedad, aunque se sustancie en la actualidad el segundo juicio por el atentado a la mutual judía en 1994.
A esta altura Lifschitz puede advertir que es tarde para anclar con el río haciendo olas en la tormenta. Es sólo alargar la tragedia. No habrá otra opción que llegar a la costa. Al norte. Y confiar en sus marineros. Y en su buena estrella.
Autor: Héctor M. Galiano