Para muchos, el encuentro por el tercer puesto es insignificantico. Las palabras de Arjen Robben y Louis van Gaal, referentes a una desestimación por la medalla de bronce son un claro ejemplo de ello. Sin embargo, para Brasil era la oportunidad de regalarle a su público algo de la dignidad que perdieron después del humillante 1-7 ante Alemania.
Con el regreso de Thiago Silva a la defensa, y las salidas de Marcelo y Fred, los de Luiz Felipe Scolari salieron al estadio Nacional de Brasilia con la intención de demostrar la vergüenza deportiva que tenía para ofrecer.
Pero la respuesta del local nunca llegó, dado que en los primeros 90 segundos de juego, el capitán le cometió una clara infracción al habilidoso delantero holandés y el argelino Djamel Haïmoudi no dudó en sancionar la pena máxima. Desde los doce pasos, Robin Van Persie hizo efectiva la conquista y marcó el 1 a 0. Los temores de un nuevo golpe volvieron a percibirse en el Mané Garrincha.
El desconcierto que sobrevolaba al equipo local generó un desorden que representó un precio demasiado caro. La falta de concentración, la escasez de relevos y la pésima manera de retroceder le permitieron a la «Orange» estirar la ventaja. Un grosero error de David Luiz, quien intentó despejar hacia el centro del área, le dio la posibilidad a Daley Blind para que establezca el segundo festejo. La historia que había ocurrido unos días antes en Belo Horizonte se volvía a repetir en la capital brasileña. Las lágrimas reaparecieron en el rostro de los torcedores, y los silbidos invadieron el ambiente del entretenido espectáculo.
Infobae