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Los candidatos ofrecieron un debate cargado de propuestas pero pocos cruces picantes

Medidos y ajustados. Levemente pasteurizados, como alguien graficó en las redes sociales. Así transcurrió el debate entre los cinco candidatos a gobernador de Santa Fe.

Poniendo más el eje en no perder votos que en bosquejar escenarios dialécticos arrojados, Miguel Del Sel (PRO), Miguel Lifschitz (Frente Progresista), Omar Perotti (Frente Justicialista para la Victoria) y Oscar Martínez (Frente Renovador) hicieron centro en propuestas y descripción de realidades más que en utilizar una veta que haga trastabillar al adversario. La excepción fue el postulante del Frente de Izquierda, Octavio Crivaro, quien descerrajó críticas contra todos desde el mismo inicio, cuando enfocó el dardo en Del Sel acusándolo de “misoginia y machismo declarado”.

El candidato del PRO esta vez se olvidó de sonrisas y chistes, focalizó su mirada en la luz roja de las cámaras de TV y buscó un diálogo imaginario con el televidente, sin caer nunca en la tentación de responder las críticas casi siempre indirectas de sus rivales. Jugueteó durante las dos horas con adjetivos (“tristeza”, “angustia”, “problemón”, “vergüenza”) para describir lo que le generaron sus recorridas por la provincia y —al mejor estilo PRO— utilizó nombres propios para ejemplificar sus diagnósticos sobre la provincia, en este caso “Nerina y Estela”.

 

En el tema seguridad, propuso mejor pago para la policía, cabalgó sobre sus caballitos de batalla en relación a los problemas del gobierno en la materia y prometió poner de pie a la policía. Del Sel utilizó un tridente como objetivo global de un futuro gobierno suyo: “Justicia, libertad y alegría”.

 

Lifschitz apeló desde su primer minuto al aire con su propia experiencia de gobierno, columpiándose entre la continuidad de buenas políticas de la actual gestión, pero apostando a un gobierno “con los que más saben” en todas las áreas.

 

Distribuyendo módicos palos al macrismo —y por ende a Del Sel— y al gobierno nacional —por elevación a Perotti—, Lifschitz reivindicó la concepción santafesina del Frente Progresista y, elevando apenas su tono de voz, recordó que en las gestiones no hubo “ni un sólo caso de corrupción, ni una coima, ni un negociado. Acá no entran las empresas de Lázaro Báez.” Claramente, la estrategia del ex intendente rosarino fue apostar a un voto transversal que no se identifica con el gobierno nacional kirchnerista.

 

Perotti no se salió un ápice de lo que es su habitual batería discursiva y, al ofertar una política diferenciadora en materia de seguridad, el rafaelino valorizó la importancia del “orden”. Fue allí que vinculó el reclamo de los santafesinos, porque “sin orden se vive con arresto domiciliario”. Propuso volver al sistema de las 19 unidades regionales de la policía provincial y, atando su pertenencia al gobierno nacional, habló de “un Procrear Santa Fe” en materia de vivienda.

 

“Gobernar es generar empleo”, promocionó Perotti, a la vez que trató de enhebrar un discurso de penetración en el centro norte provincial.

 

No hubo esta vez la mínima interactuación de los candidatos que, incluso, ni se miraron durante los 160 minutos del debate, como si se hubiesen tratado de ponencias individuales. Tal vez, los excesivos mojones temáticos —bien administrados por los moderadores Cristian Lavallén, Analía Bocassi y María Luengo— hicieron que todos se concentraran exclusivamente en sus propias propuestas.

 

Martínez, pese a necesitar un gran porcentaje de votos para poder ponerse competitivo, no utilizó tampoco una variante ofensiva, mixturando su verba entre algunas propuestas para Santa Fe y la reivindicación de su espacio como “la ancha avenida del medio”, algo que siempre utiliza Sergio Massa, el jefe del Frente Renovador.

 

Entre tanto cuidado de las formas, Crivaro apostrofó contra el narcotráfico, recordó vínculos entre el detenido comisario Hugo Tognoli y el socialismo, cargó contra el Frente para la Victoria y le mandó mandobles varios al PRO. “Cuando Del Sel habla de gente feliz, recuerden que él es Reutemann, las privatizaciones y las inundaciones de los 90; y que es Mercier, el enemigo de los trabajadores”.

 

Pero nadie le contestó al brioso representante de la izquierda clasista porque, inmediatamente después venía otro índice temático, que era a lo único que les prestaban atención los protagonistas del debate.

 

Aprovechando que no había cruces y con el final del evento televisivo a tres minutos, Del Sel volvió a fruncir el ceño buscando desmarcarse de todos sus rivales. Se propuso como alternativa “a toda la clase política que no hizo las cosas bien”.

 

Sin los aplausos de rigor que siempre marcan el fin del debate, los cinco candidatos cumplieron la obligación cívica no escrita de atreverse a confrontar opiniones. Tal vez en ese gesto haya estado lo mejor.

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